Confirmando lo declarado por San Pío X y por el cardenal Gennari sobre la capacidad de comprensión que también los niños pequeñísimos pueden tener sobre los misterios del Espíritu, referimos la historia de Pía, una niña alemana de dos años, narrada por su catequista.
Pía, una niña de dos años y medio, asistía regularmente los cursos de Oración desde la edad de un año y medio y, a parte de su tierna edad, no había nada de especial en ella. Todavía no hablaba, pero era tranquila y estaba atenta y, sin que nos diéramos cuenta, en el silencio de su corazón crecía en sabiduría y gracia. Una tarde, enseñando una imagen de las manos de un sacerdote en el momento en que elevaba la hostia, le pregunté a los niños que se preparaban para la Primera Comunión qué era aquel disco blanco. Pía había cumplido apenas los dos años, estaba sentada, como siempre tranquila, con los ojos atentos, sus piecesitos se asomaban apenas de la silla: “CARNE”, respondió claramente a pesar de tener todavía el chupón entre los labios. Fue la primera palabra que le había escuchado pronunciar.
Con un murmullo de exclamaciones y de sorpresa los adultos presentes dirigieron su mirada sobre aquella niña tan pequeña. Muchos ojos se llenaron de lágrimas. Nunca había pensado usar tal expresión, que me parecía demasiado cruda, y ahora, de la boca de una niña de dos años, me llegaba la respuesta profundamente teológica.
Comprendí a fondo como la inocencia permite comprender los misterios de la Gracia también a los niños muy pequeños.
Mientras tanto, en la intimidad del calor familiar, la inteligencia de la pequeña Pía, se iba despertando increíblemente rápido en todo lo relacionado con la oración y la fe, era más rápida que sus hermanitos más grandes. Mostraba interés por las cosas espirituales y entendía los lazos de manera sorprendente, dejando transparentar siempre una gran tranquilidad interior y un abandono confiable. Mostraba amar tiernamente al Niño Jesús y al Corazón Inmaculado de Maria y cuando le preguntaban por que lloraba la Virgen, contestaba triste: “¡Por que los hombres no rezan!” ¿No fue precisamente la Virgen que en Fátima dijo que se pierden muchas almas por que nadie reza por ellas?
Se acercaba la fiesta de Navidad de 1994. A mediados de diciembre recibí inesperadamente una carta desde Fátima con anexa una copia de la homilía pronunciada por Juan Pablo II el 17 de agosto. En ella el Papa -haciendo alusión a cuanto dijo San Pío X: “¡Habrá niños santos!” motivando la necesidad de la Primera Comunión al primer uso de razón- confirmaba tal declaración y agregaba una misteriosa profecía “Habrá apóstoles entre los niños”. Cada una de las palabras de esta homilía del Santo Padre me quedó impresa en el alma, como también su estupenda “Carta del Papa a los niños del mundo”.
La mañana de Navidad, en ocasión de la reunión de nuestro curso de oración, la pequeña Pía manifestó su deseo de guiar la oración ella sola y hasta recitó las palabras del misterio: “Consideramos la visita de María a Isabel”. Se lo conté después a sus padres quienes se quedaron incrédulos.
En esos días estábamos concluyendo también los preparativos de la peregrinación que nuestros niños de la Primera Comunión iban a hacer a Annecy, donde están sepultados el santo Cura de Ars y la pequeña Anna de Guigné. El viaje había sido programado para el día de la fiesta de los Santos Inocentes y me quedé maravillado cuando supe por su madre que Pía también deseaba participar.
Me quedé más sorprendido aún por su comportamiento durante el larguísimo viaje: tranquila y bien portada lo resistió como una adulta, tendiendo siempre entre sus brazos una estatuita del Niño Jesús: Muchos se dieron cuenta y se conmovieron.
También don Umberto H, que guiaba la peregrinación de los niños notó la sorprendente madurez de Pía y la consideró bien preparada para la Primera Comunión que ella solicitaba insistentemente.
Iba comprendiendo siempre mas por que San Pío X deseaba que los niños recibieran la Primera Comunión a tierna edad. Recordaba siempre el episodio ocurrido entre él y una señora que le presentaba a un niño para que lo bendijera. “¿Cuántos años tiene su hijo?”, le preguntó. ”Cuatro años, Santidad, y a los 7 podrá recibir la Primera Comunión”. El Santo Padre fijó su mirada en los ojos vivaces del niño, le acarició dulcemente su cabeza y le preguntó: “Hijo, ¿a quien recibes en la Primera Comunión?” - “A Jesucristo”, contestó el pequeño. “¿Y quien es Jesucristo?” –“Jesucristo es Dios”. Y el Santo Padre concluyó. “¡Tráiganme mañana al pequeño! Yo mismo le daré la Primera Comunión”
Gracias a Pía me volvía cada vez más conocedor de esta realidad: los niños que sienten profundamente esta exigencia de recibir a Jesús en la Eucaristía son muchos, pero nadie satisface su necesidad. Comprendí también qué tan breve y valioso es este periodo de gracia en la vida del niño; muchos padres me confirmaban que hubieran querido llevar a sus hijos a la Comunión porque se los pedían insistentemente ya desde los 3 o 4 años. Me decían que los pequeños a esa edad vivían una relación muy tierna y delicada con el Cielo, que sin embargo, sin la ayuda de la Comunión se entibiaba y se apagaba.
Pero ¿cómo se llegó a la Comunión de Pia?
Alguien – no supe nunca quien fue- me había mandado un trajecito para Comunión excepcionalmente pequeño. Pía lo vio y habló inmediatamente como de “su” vestidito: estaba muy convencida que pronto recibiría a Jesús. Dejé el vestidito con su mamá para que lo conservara pero… ¿cómo hubiéramos podido hacer que recibiera la Comunión a los dos años y medio?
Nos comprometimos a rezar con todo el grupo de los niños por esta intención. Pía, mientras tanto ya había aprendido las cinco verdades fundamentales de la fe previstas en el decreto “Quam Singolari” de San Pío X. Su preparación en su casa había sido conmovedora y mostraba conocer bien todo, todas sus respuestas habían sido grabadas con la grabadora.
Durante la preparación nos daba siempre una nueva agradable sorpresa. La impresionó mucho el pecado original, decía que ella no habría nunca desobedecido como Adán y Eva, por que no habría nunca hecho lo “que el Papá en el Cielo no quiere”. No desobedecía nunca, todo aquello que su mamá le decía, aunque fuera sólo una vez, se le grababa en su memoria y en su corazón.
Demostraba una gran delicadeza de consciencia que le hacía evitar cualquier ocasión de hacer el mal: una vez me contó que sus hermanas miraban la televisión, pero que ella no, pues le habría hecho daño.
Cuando otros niños hacían algo mal, ella decía: “¡Esto no le gusta al Papá celestial”, pero estaba llena de amor por todos, hasta estaba dispuesta a adjudicarse las culpas de sus hermanas. Una mejor preparación no habría sido posible, pero era necesario encontrar un sacerdote que estuviera dispuesto a darle la Comunión.
Y sobrevino el milagro: un sacerdote que había conocido a la pequeña y había comprobado su preparación, se declaró dispuesto para darle a Jesús, pero era necesario ir a su parroquia que estaba a 300 km. de distancia.
Se fijó la fecha de la Primera Comunión para el día 3 de febrero de 1995, primer viernes del mes. La noche anterior, el tío de Pía sufrió un gravísimo accidente y fue llevado en estado de coma a la Sección de terapia intensiva: tenía muchas hemorragias internas y necesitaba respiración artificial: pocas eran las esperanzas de sobrevivencia. Pía prometió ofrecer su Primera Comunión por él.
Tenía exactamente dos años y medio y un día. Cuando fuimos por ella estaba todavía oscuro: se asomó a la puerta radiante de alegría, con su vestidito blanco, abrazando feliz a su Niño Jesús entre los brazos. Permaneció por más de tres horas sentada en el coche, serena y tranquila, dijo que el cielo estaba vacío de ángeles pues todos estaban ahí con ella.
Se confesó de manera conmovedora, dijo la oración de la penitencia, esperó de rodillas, con las manos juntas, el inicio de la Misa. Durante la celebración, tomaba de vez en cuando, dulcemente al Niño Jesús entre sus brazos. Yo me preguntaba de dónde sacaba tal fuerza y tal capacidad de resistencia, además de que la Misa fue muy larga.
El momento de la Comunión fue inolvidable. En la foto se ve como ella estaba absorta al recibir a Jesús, con sus ojos cerrados y las manitas juntas, de rodillas delante del altar y la boca abierta en espera temerosa.
Después de la Comunión se llevó las manos delante de los ojos, hablando en su corazón con Jesús y recomendándole, como lo había prometido, a su tío que estaba en estado de coma. Eran exactamente las 11.30. Quiso concluir su fiesta con el canto a la Virgen “Deseo amar siempre profundamente a Maria”
Después de la Comunión se acercó a la estatua de la Virgen de Fátima, para acariciarla “por que ella está tan triste”. Pero hizo todavía algo más, hizo que la levantaran hacia arriba y quiso darle un beso para agradecerle y para consolar a su Inmaculado Corazón.
Quiso después detenerse frente a una estatua de Santa Filomena, dirigiendo a esta gran patrona de los niños, miradas de tierna confianza. A menudo he podido observar este profundo, casi natural lazo de los niños con los Santos, entre ellos parece no existir ninguna distancia, como si la frontera entre la tierra y el cielo estuviera sólo en la mente de los mayores.
Después el viaje de regreso, otras tres horas de automóvil. Pía cantaba y sonreía, sólo mas tarde se durmió en su sillita, con una maravillosa expresión de paz dibujada en su rostro.
De repente sucedió algo a la rueda de nuestro auto, una llanta estaba toda cortada. Pero la alegría de todos nosotros era tal, que contestamos con una carcajada y seguimos el camino hacia la casa pasando por el Santuario de La Salette, reproducción del francés, meta de muchas peregrinaciones. Pía besó la estatua de la Virgen que llora con tanto amor y llena de ternura. Una foto estupenda muestra a Pía, rodeada de una corona de luz, a los pies de la Virgen. Esta foto dice más que muchas palabras.
Nos detuvimos frente a una estatua de Padre Pío, un santo especialmente querido por Pía. También él pedía que los niños se acercaran a la primera Comunión a temprana edad y declaró muchas veces “¡los niños salvarán al mundo!”
Llegando a casa, la mamá de Pía, preocupada por su hermano en estado de coma en terapia intensiva, le preguntó “¿Cómo estará el tío?” –“¡Bien, mamá!”. Sorprendida por la respuesta tan segura preguntó: “¿estás segura?” “¡Si!”, respondió la niña sin titubeos.
Llamaroninmediatamente al hospital y fue grande la sorpresa al enterarse que a las 11.30, precisamente en el momento en que Pía ofrecía su Primera Comunión por su tío, éste se había despertado del estado de coma y se había levantado.
¡Que este acontecimiento maravilloso, este despertar de Lázaro, pueda fortalecer en nuestros corazones la fe en la potencia de la Primera Comunión de los niños al primer uso de razón!