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«Dejad que los niños vengan a mí:
no se lo impidáis,
porque de ellos
es el Reino de los Cielos»
(Mc 10,14; Mt 19,14)
«Oh Señor nuestro Dios,
con la boca de los niños
y de los lactantes afirmas tu poder
contra tus adversarios,
para aplastar al enemigo y al opresor»
(Salmo 8,3)
«Vuestro Padre celestial
no quiere que se pierda
ni uno solo de estos pequeños»
(Mt 18, 14)
«Los niños salvarán el mundo»
(Padre Pío de Pietrelcina)
La Virgen ha aparecido en diversas partes del mundo durante dos siglos, llamando a los hombres a la penitencia y a la oración, para que pueda comenzar esa era de paz que en Fátima nos fue asegurada de manera absoluta: «Finalmente, mi Corazón Inmaculado triunfará, … prometo una era de paz para la humanidad».
Los diversos mensajes marianos han sido en cierto modo recibidos, pero nunca se ha considerado que los destinatarios de estos mensajes siempre han sido NIÑOS, y que estos niños han sido llamados a vivirlos primero y a transmitirlos a los demás.
En Fátima, en particular, la Virgen configuró su encuentro con los tres pastorcitos de manera clara y personal: «¿Estáis dispuestos a ofreceros a Dios, listos para aceptar todo lo que Él quiera enviaros, por la paz en el mundo, por la conversión de los pecadores, para consolar el Corazón de Dios afligido?»
Es una invitación personal a ofrecerse a Dios para que venga el Reino de Amor del Padre que invocamos en el Padre Nuestro; para que Él sea consolado en Su dolor de Padre no amado; para que los hombres se conviertan en buenos y realicen esa unidad de Amor a la que están llamados por la filiación divina común.
Los tres pastorcitos responden: «¡Sí, lo queremos!», y la Madre del Cielo precisa y confirma su solicitud:
«Bien, tendréis que sufrir mucho, pero la Gracia de Dios será vuestro consuelo … recitad el Rosario cada día».
Gracias a Lucía, Francisco y Jacinta de Fátima, la Virgen aseguró al pueblo portugués que nunca perdería la fe. Es evidente que la Virgen no quería dirigirse solo a esos tres niños, sino que en ellos deseaba invitar a todos los niños del mundo a cooperar con Su obra de salvación.
Y si encuentra miles, millones de niños dispuestos a decirle: «¡Sí, lo queremos!» como lo dijeron los tres pastorcitos, ¿no podrá Ella transformar el mundo entero?
Es por esto que desde 1972 hemos emprendido un apostolado que, bajo el nombre de ARMADA BLANCA, tiene los siguientes objetivos:
1 – Invitar y preparar a los niños para la Consagración a María y al Dios Padre;
2 – Enseñarles a rezar el Rosario y luego reunir en grupos a aquellos que se comprometen a rezarlo: LOS NIDOS DE ORACIÓN.
Para lograr estos fines, se va a las escuelas o parroquias con el permiso de las autoridades religiosas y civiles; un voluntario (posiblemente un sacerdote) explica el significado de la consagración e invita a los niños a hacerlo. Luego se les da un rosario, una hojita con los misterios y se les enseña a rezar el Rosario.
El poder de gracia que se derrama de los niños que se han consagrado a María y al Padre y se han comprometido a rezar el Rosario es inmenso. Algunas parroquias se han transformado bajo el impulso de los niños que han introducido el Rosario en sus hogares, que han convencido a sus padres y familiares a participar en la Misa dominical, a menudo haciéndolos volver a acercarse a los Sacramentos.
En algunos países, el apostolado se realiza casa por casa para distribuir los rosarios y enseñar a las familias a rezarlo.
Es la misión más simple y eficaz, porque – mientras salva a los niños colocándolos a salvo en el Corazón de Dios – se sirve de la frescura de su inocencia para penetrar con dulce violencia en el corazón de los adultos. La familia de Nazaret es siempre el ejemplo y el modelo para cada familia: reconstruir en la tierra esa unidad que en ella reinaba. «Que sean uno, Padre, como Tú y Yo somos uno».
El apostolado de la Armata Blanca es profundo e incisivo, porque mediante los pequeños vive, opera y actúa la plenitud de la gracia: en ellos vive, ora, opera, sufre, ama Jesús, y en Jesús la omnipotencia de Amor del Padre.
El Ángel, al aparecer a los tres pequeños videntes de Fátima el año anterior a las apariciones de la Virgen, en 1916, les dijo:
«¡Orad! ¡Orad mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros planes de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.
– ¿Cómo debemos sacrificarnos? – preguntó Lucía, que hablaba también en nombre de los primos.
– De todo lo que podáis, ofrecéis un sacrificio en acto de reparación por los pecados con los que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy su Ángel Custodio, el Ángel de Portugal».
Como los tres pastorcitos – Lucía, Francisco, Jacinta – “atrajeron la paz” sobre Portugal y su patria fue salvada de la Segunda Guerra Mundial, así hoy los niños que sigan su ejemplo salvarán al mundo.
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